La etapa colonial, historia de la educación Argentina Adriana Puiggrós

§  Puiggrós, Adriana (2003) “ Qué pasó en la Educación Argentina: Breve historia desde la Conquista hasta el Presente”, Editorial Galerna, Buenos Aires. Cap. I. Pág. 11 a 23.


EL CLIMA CULTURAL DE LA ÉPOCA 

En las décadas anteriores al descubrimiento de América el Renaci- 

miento, surgido en Italia, se extendía al resto de Europa y estaba trans- 

formando la cultura occidental. Se ensanchaban los conocimientos so- 

bre la tierra y el cosmos y se producían contactos intensos entre los 

pueblos con motivo de los concilios religiosos y del comercio entre 

Oriente y Occidente. 

El movimiento humanista penetraba los círculos reales españoles. 

En la Corte castellana, la reina Isabel y los infantes asistían a las lec- 

ciones de Antonio de Nebrija, profesor de retórica en la Universidad 

de Salamanca y autor de la primera gramática española. Pero el refi- 

namiento de los intelectuales que participaban del poder no evitó que 

la consolidación de la unidad española se hiciera expulsando a moros 

y judíos a comienzos de 1492. Aquella unidad se asentó en la homo- 

geneización ideológica y cultural, como parte de la cruzada por la uni- 

ficación cristiana del mundo. 

España renunciaba así a incorporar culturas que le hubieran ayuda- 

do a entrar en la modernidad. Mientras la reina recibía lecciones de Ia- 

tín e historia de doña Beatriz Galindo, "la latina", y las universidades 

de Alcalá y Salamanca abrían lentamente sus puertas a las nuevas 

ideas, una incipiente burguesía industrial y comercial crecía en Barce- 

lona, en tanto que el pueblo español seguía sumido en el atraso. La 

conquista y colonización de América, lejos de llevar a España el pro- 

greso y estimular la modernización, desviaron el camino de su desa- 

rrollo. España se endeudó para conducir la empresa americana. Pero 

[as riquezas que extrajo de América pasaron por su territorio para ir a 

las arcas de los banqueros alemanes y financiar el desarrollo capitalis- 

ta del resio de Europa. 

Durante la segunda mitad del siglo XV la vida cultural era intensa 

en el cono sur americano, aunque los europeos ignoraran su existen- 


cia. Las etnias de lengua guaraní-abá, parientes de los avanzados tu- 

pís. ya no vivían de la caza y de la recolección de plantas selváticas, 

pues habían llegado a ser agricultores. Varios grupos de guaraníes (car- 

caráes, cainguás, guaraníes de las islas) se iban extendiendo desde el 

Amazonas hacia el Río de la Plata, sometiendo o expulsando a pue- 

bios como los caigang, recolectores de miel, de algarroba y de la arau- 

caria angustifolia, fruto del pino de Misiones. 

Los chiriguanos, otros migrantes del grupo dialectal guaraní-abá, ha- 

bitaron el Paraguay. A principios del siglo XVI emigraron a Bolivia y 

desde allí bajaron hasta Salta. En el litoral vivían también los chaná- 

timbú, agricultores, cazadores y pescadores de origen amazónico. así 

como numerosos grupos que no habían incorporado totalmente la 

agricultura. 

Los shamanes guaraníes no eran tan sabios como los grandes sacer- 

dotes aztecas, ni como los mayas, ese pueblo mesoameri- 

cano misteriosamente desaparecido años atrás. Tampoco sabían cons- 

truir díques y acueductos ni grandes ciudades como los incas y los eu- 

ropeos. Pero poseían un conjunto de saberes importantes: provocaban 

la lluvia y la fertilidad y profetizaban el futuro; cuidaban la tradición y 

el poder gerontocrático, bajo la protección de Tupá, la divinidad prin- 

cipal. Educaban sistemáticamente, aunque no llegaron a institucionali- 

zar la función educativa como los aztecas en los calmécac y los tel- 

pochcalli o templos-escuela y como los incas en los ayllus. Los pueblos 

guaraníes guerreaban con sus compatriotas en el siglo XV', pero no más 

que los europeas entre sí. Al mismo tiempo los grupos guaraníes cons- 

tituían una unidad lingüística y una civilización bastante homogénea 

con una organización política sencilla y poco estratificada. 

Igual que la población del litoral, los habitantes del noroeste argen- 

tino eran producto de un profundo mestizaje cultural, Dos décadas an- 

tes de la conquista los cientos de miles de indígenas, en su mayoría de 

origen diaguita, que habitaban el noroeste argentino, fueron sometidos 

por el imperio incaico. Alrededor del 1480 los incas llegaron al noroes- 

te argentino y produjeron grandes transformaciones: cambiaron el Iu- 

gar de residencia de pueblos enteros para garantizar su sometimiento 

desorganizando profundamente su cultura; establecieron una nueva 

disciplina de trabajo para los agricultores ceramistas de la zona; intro- 

dujeron pautas de planeamiento económico y avances tecnológicos. 

Todo ello implicó un enorme proceso educativo que articulÓ el mosai- 

co de viejas culturas, dañadas por la acción destructiva de los conquis- 

tadores, con la cultura invasora. 

La lengua común de los valles y quebradas del Noroeste (desde Sal- 

ta hasta San Juan) era el kakán o diaguita, que tenía variantes dialecta- 

les. Existían en la región muchos dialectos, cuyo origen no está aún cla- 


ro. Ins incas, los conquistadores y los misioneros usaron el quechua 

corno lengua franca y la impusieron a los pueblos conquistados. Los jó- 

venes aprendían el quechua, que se difundió como lengua común y 

pública, conectando a los sectores antes dispersos. Se trataba de una 

lengua que servía para las actividades que realizaban los hombres, por 

lo cual no era habitual que lo hablaran las mujeres. Los incas usaron en 

gran escala la fuerza de trabajo de los pueblos conquistados, para cons- 

truir caminos que vincularan a los pobladas con el corazón del impe- 

rio; introdujeron nuevas formas de transpofle, ensancharon las pobla- 

ciones introduciendo nuevos criterios urbanísticas y llevaron a la zona 

alfarería importada que influyó comercial y artísticamente sobre la Io- 

cal. Los conquistados siguieron transmitiendo a sus hijos pedazos de 

tradiciones resistentes mediante los relatos, las costumbres y las creen- 

cias, pero la huella pedagógica que dejaron los incas fue definitiva. 

Al finalizar el siglo XV, en las sierras centrales del territorio argenti- 

no vivían horticultores. Tenían una alfarería menos desarrollada que la 

del noroeste y representaban una transición entre las culturas de aque- 

lla zona y las más atrasadas del sur. Los tehuelches patagónicos, los to- 

bas, los matacos chaqueños y numerosos grupas dispersos en casi to- 

do el territorio conosureño evolucionaban al correr de su propia acti- 

vidad educativa y de invención o de los aportes e imposiciones de 

otros pueblos. 

Poco antes de la llegada de los españoles la historia educacional co- 

tría por canales propios en América. En el norte, el emperador azteca 

Moctezuma Ilhuicamina realizaba una reforma que instauraba un sis- 

tema de escuelas muy vinculado a la reproducción de las divisiones 

sociales, dentro de México Tenochtitlan. La educación no era concebi- 

da como una acción masiva que permitiera penetrar mejor en los pué- 

bios conquistados. Las preocupaciones de los aztecas por instituciona- 

lizar la educación, lo mismo que las de los incas, se referían a las cla- 

ses dirigentes. El pueblo aprendía mediante el trabajo, los rituales y las 

costumbres que les transmitían sus mayores. Los yachayhuasiy los ac- 

Ilahuasi incas eran casas de enseñanza dedicadas respectivamente a la 

educación masculina y femenina de los nobles. El ayllu era la unidad 

política y social básica, que también transmitía la cultura. 

Tanto los incas como los aztecas habían comenzado a concebir la 

educación como una práctica distinta de la política y la religión, aun- 

que muy orientada por ellas. Es así como encontramos rasgos de ins- 

tituciones decididamente educativas y de sistematización ae la ense- 

ñanza. No se perfila la figura del educador diferenciada del sacerdote, 

pero los contenidos que se programan trascienden la formación reli- 

giosa para internarse en la política, el arte de la guerra, la ciencia y la 

tecnología. 

En los demás pueblos no se han encontrado rastros de instituciones 

educativas, pero puede apreciarse que la transmisión de la cultura tu- 

vo orden y constancia. Los rituales fueron un medio para enseñar for- 

mas de relación entre la gente; los mitos permitieron condensar, guar- 

dar y transmitir la cultura; los educadores eran siempre los ancianos y 

se preparaba a los jóvenes para servir a la comunidad. 


La causa de la derrota:

Así como los europeos no conocían a los americanos, éstos nada sa- 

bían de la existencia de otros países allende los mares. Pero en su ima- 

ginario, invasores extraños y poderosos llegaban desde el cielo o desde 

los confines de la tierra. lamentablemente, no pudieron prever que ta- 

les personajes mitológicos se tornarían una cruda y tremenda realidad. 

Un día el inca Huayna Cápaj fue a visitar el Cerro Hermoso (Sumaj 

Ocko). Contempló la belleza del oro y la plata que su pueblo había 

arrancado de las minas de Colque Porco y Andacaba para ofrendar a 

los dioses. Los incas no poseían la tecnología necesaria para producir- 

los en cantidad suficiente para comerciar. Se oyó entonces surgir de 

las profundidades una voz fuerte como el trueno que decía: "No es pa- 

ra ustedes; Dios reserva estas riquezas para los que vienen del más 

allá". Los indios huyeron despavoridos y el Inca cambió el nombre del 

cerro, que desde entonces se llamó Potojsi: truena, revienta, hace ex- 

plosión. 

Cuando los españoles llegaron, Huajna Capaj había muerto. Pero se- 

guían presentes viejos mitos, entre los cuales se destacaba el de pa- 

chacuti: un concepto que aludía a la inversión del orden ejecutada por 

una fuerza telúrica que era castigo y nuevo tiempo a la vez. Se refería 

a la transformación que se producía al terminar un ciclo de 500 años, 

momento en el cual se volvía el mundo del revés. 

Para las etnias andinas la conquista fue un pachacuti. Según algunos 

autores, la oposición entre vencedores y vencidos, conquistadores y 

conquistados, ignorantes y cultos, salvajes y civilizados, coincidió con 

la lógica dicotómica de ese mito de acuerdo con el cual las partes 

opuestas de las cosas buscan permanentemente un equilibrio entre sí. 

Esa misma interpretación explica que las etnias americanas fueron 

derrotadas por los españoles porque nunca distinguieron entre los mí- 

ticos visitantes extranjeros que habían imaginado y los barbudos espa- 

ñoles que arribaban montados en animales desconocidos. Por eso, 

cuando Pizarro llegó al Cuzco montado en un caballo, Atahualpa, hi- 

jo de Huaina Capaj, cayó de espaldas presa de pánico. Las prediccio- 

nes acababan de cumplirse y nada podía hacer el Inca. En 1532 fue 


capturado y poco después acusado de fratricidio, idolatría y conspira- 

ción contra Carlos V. Fue ejecutado mediante la pena de garrote. Los 

españoles habrían triunfado sobre la ideología de los indígenas. Esta 

teoría es contrastada con un hecho que impide generalizarla: no todas 

las etnias americanas se rindieron; las luchas de resistencia continua- 

ron durante cuatrocientos años. Los comechingones y los sanavirones 

fueron indomables para los incas y dieron combate a los españoles du- 

rante siglos. 

Otras interpretaciones otorgan más importancia a la superioridad de 

las formas de producción económico-sociales y del desarrollo tecnoló- 

gico de los españoles —aunque, desde la guerra de Vietnam, ya no 

puede negarse que los pueblos logran desarrollar formas de defensa 

efectivas frente a las más avanzadas tecnologías y sobrevivir a las ca- 

tástrofes usando sus conocimientos. De todas maneras, el descubri- 

miento de América no produjo un "encuentro entre dos culturas", sino 

el mayor genocidio de la historia. Los americanos no murieron sola- 

mente bajo la armas de fuego de los españoles, sino como consecuen- 

cia de la supetexplotación a la cual fueron sometidos en las minas, en- 

comiendas y plantaciones, el hambre, las enfermedades europeas y el 

desorden en la ecología, las costumbres y los valores que produjo la 

conquista. Los europeos no incorporaron ni el arte, ni la axiología, ni 

los conocimientos científicos, ni las costumbres de los americanos. Las 

etnias que sobrevivieron se adaptaron parcialmente a la cultura hispá- 

nica, mientras sus shamanes y sus amautas seguían enseñando sus co- 

nocimientos medicinales, Jo bueno y Io malo, los oficios artesanales y 

algunos restos de sus derrotadas religiones, 

Los guaraníes estuvieron cada vez más lejos de la Tierra sin mal en 

cuya búsqueda habían bajado desde el Amazonas hasta las costas cla 

Paraná. Ya no la encontrarían en fa vida, pero en su imaginario pleno 

de nociones de justicia y gloria, aquel paraíso seguiría esperando a los 

hombres cuando llegara el fin del mundo, 


QUIÉN EDUCA Y QUIÉN APRENDE 

Los españoles se instauraron a si mismos como los únicos con de- 

recho a educar, tarea que identificaban con la evangelización. No so- 

lamente consideraban a la hispánica una cultura superior, sino la úni- 

ca formación digna de tal nombre. Sentían que era un deber imponer- 

se a los indígenas, como habían hecho con los moros y los judíos. 

Que los españoles debían ser los educadores era una cuestión re- 

suelta. Pero sobre la naturaleza de los educandos no había consenso. 

Los conquistadores y colonizadores no comprendieron que los indíge- 

nas eran sujetos distintos, con su propia historia, que eran otros. Los 

clasificaron dentro de sus propias escalas de valores estableciendo con 

ellos una situación de desigualdad. Unos consideraron que los indios 

eran bárbaros e inhumanos; otros que eran salvajes suceptibles de 

evangelización, de acuerdo a su buena o mala voluntad; otros, que se 

trataba de buenos salvajes, sencillamente ignorantes de la doctrina ca- 

tólica y de las leyes y costumbres hispánicas. 

Desde el punto de vista pedagógico, un documento fundamental es 

el Requerimiento o Conminación a las indios que escribió en 1513 el 

jurista de la Corona palacios Rubio y rigió hasta 1542. El documento 

surgió de una ardua polémica acerca de la legitimidad de la guerra 

contra los indígenas. Argumentaba que el Papa, representante de Dios 

en la tierra, había entregado parte del continente americano a los es- 

pañoles y parte a los portugueses. Suponía el texto que los indios no 

habían sido informados de tal hecho, Io cual se reparaba en ese acto, 

leyendo el Requerimiento en presencia de un oficial del rey, pero sin 

intérprete. Los indios que se dieran por enterados y aceptaran la situa- 

ción tras la lectura, se liberarían de ser esclavizados, pero a quienes no 

Io hicieran se les prometían tremendas penas para ellos y sus familias, 

además de la esclavitud. La relación pedagógica entre americanos y es- 

pañoles se establecía corno una relación de dominación. Aceptar edu- 

«arse en la cultura dominante y bajo la ley det dominador era condi- 

ción para conservar derechos elementales. 

Para el jurista Juan Ginés de Sepúlveda, los indígenas eran bárbaros 

y se justificaba la guerra contra ellos. Para el profesor de la Universi- 

dad de Salamanca y teólogo Francisco de Vitoria, indios y españoles 

tenían derecho a comerciar y comunicarse libremente, pero sólo los 

españoles podían educar, dado que el Evangelio era de su patrimonio. 

No concebía que los indios pudieran enseñar a los españoles o que se 

difundiese en Europa el Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas. Pe- 

ro en su obra De Indis concluyó que los verdaderos dueños del Nue- 

vo Continente eran los indios. 

En 1550, el dominico Fray Bartolomé de las Casas mantuvo una ar- 

dua discusión con Sepúlveda ante un docto jurado, en Valladolid. El 

jurado se retiró sin decidirse, pero los fundamentos de las dos postu- 

ras quedaron grabados en la historia de la humanidad. Para Sepúlve- 

da, el estado natural de la humanidad era la jerarquía: la desigualdad 

era el elemento fundante, Para Fray Bartolomé lo era la igualdad. El 

dominico sostenía que los indios poseen las mismas virtudes de los 

cristianos pero están en un estadio menos evolucionado, son buenos 

por naturaleza y deben ser tratados como dice el mandamiento: 'Anu- 

rás al prójimo como a tí mismo". Los cristianos tienen el deber de 

evangelizarlos mediante una relación profundamente pedagógica. 


La historiografia desarrollada por los jesuitas registra como un be- 

nefactor de las etnias americanas a Diego de Torres y al padre Angu- 

lo, en el Río de la Plata, En 1609 el General de los jesuitas escribía una 

carta a Diego de Torres en la cual le recomendaba que los indígenas 

fueran atendidos en todas sus necesidades de manera tal que los es- 

pañoles tomaran su ejemplo y tuvieran escrúpulos respecto a conduc- 

tas contrarias. Mostrando su adhesión a la teoría del buen salvaje, la 

misma carta decía que los indios debían reconocer los beneficios de 

pertenecer a los jesuitas. 

La conquista y colonización de América adquirió características dis- 

tintas durante el tiempo según las diferentes regiones. La acción de los 

conquistadores no fue homogénea, como no Io era la realidad con la 

cual se encontraban. Centrándonos en los procesos educacionales, po- 

demos vislumbrar tres grandes etapas: desde el descubrimiento hasta 

el Concilio de Trento, que comenzó en 1545; desde entonces hasta la 

expulsión de los jesuitas en 1767 y desde ese acontecimiento hasta la 

Independencia, en 1810. 

En la primera etapa se produjeron algunos acontecimientos impor- 

tantes entre los cuales destacaremos: 

año 1500: Cédula Real según la cual ningún indio puede ser so- 

metido a esclavitud; 

año 1503: Cédula Real que ordena al Gobernador Ovando que 

construya una vasa donde dos veces por día se junten los niños 

de cada población y el sacerdote les enseñe a leer y escribir y la 

doctrina cristiana "con mucha caridad" , 

año 1509: Cédula Real que indica que cada población que ten- 

ga un sacerdote debe construir una casa cerca de la iglesia para 

enseñar a los niños; 

año 1512: Cédula Real que permite a los franciscanos traer a 

América 2000 cartillas; 

año 1518: ordenanza de Zaragoza según la cual los hijos de ca- 

ciques mayores de IO años deben ser entregadas a los dominicos 

y franciscanos para ser educadas. Pedro de Gante, considerado 

el primer maestro de América, enseñó en una escuela que res- 

pondía a aquella ordenanza; 

año 1536: fray Juan de Zumárraga, obispo de México, y el virrey 

Antonio de Mendoza fundan el Colegio Imperial de Santa Cruz 

de Tlatelolco. 

Durante los primeros cincuenta años de la conquista llegaron a 

América aventureros, guerreros y hombres ávidos de riqueza, pero 

también visionarios y utopistas. América representaba la utopía de los 

humanistas del Renacimiento. Rafael Hitlodeo, el narrador de la famo- 


sa Utopía de Tomás Moro, ubica sus viajes en el Nuevo Mundo. Moro, 

influido por las ideas de Santo Tomás de Aquino, propone en su obra 

una sociedad en la cual la religión, la moral, el bien y ta virtud estén 

en la base de un nuevo Estado. Habrá en el país de la utopía igual- 

dad, nueva división del trabajo y una educación novedosamente con- 

tinua. Fray Bartolomé de las Casas, Vasco de Quiroga y los jesuitas de 

la región guaranítica sostuvieron ideas semejantes. Todos ellos consi- 

deraban a la educación el medio más importante para lograr una vin- 

culación cultural con los americanos y sostenían que evangelizar era 

un deber de los colonizadores. 

La obtención del permiso para traer cartillas a América por parte de 

las franciscanos es muy significativa. I:as órdenes religiosas encaraban 

una tarea inédita: proporcionar una educación masiva y homogeneiza- 

clora, que resultó ser la experiencia precursora del sistema educativo 

moderno. 

Pero este primer período de la colonización distó de ser reflejo de 

las utopías igualitarias imaginadas por algunos humanistas. A nuestra 

región llegaron aventureros que buscaban caminos orientados hacia el 

oro y la plata que estaban en el corazón latinoamericano. A diferencia 

de las Antillas, donde se explotó a la población hasta agotarla, en el 

Río de la Plata y el litoral se sucedieron enfrentamientos y precarias 

negociaciones como las que realizó Juan de Garay con las etnias que- 

randíes y pampas. En el noroeste había comenzado la guerra de resis- 

tencia indígena. Qué asombro causaban entretanto en Europa las re- 

latos de Francisco del Puerto, el grumete sobreviviente de la expedi- 

ción de Juan Díaz de Solís! Había presenciado la matanza de sus com- 

pañeros por los querandíes y sus relatos probablemente tUeron los pri- 

meros sobre esta zona y sus habitantes. 

La población europea que vivía en el actual territorio argentino as- 

cendía a 2000 personas en 1570, a las que se sumaban unos 4000 mes- 

tizos. En ese mismo siglo, la población calchaquí estaba formada por 

unos 20.000 habitantes. Durante el siglo XVI los españoles fundaron 

en la misma zona 25 ciudades, de las cuales persistieron quince. 


LA CONQUISTA CULTURAL 

Los siglos XVI, XVII y XVIII fueron siglas de vaciamiento de Améri- 

ca Latina: despojo de riquezas, de población, de culturas. Desde el pun- 

to de vista educacional, esta segunda etapa estuvo marcada por la de- 

cisión de imponer la docxrina cristina en gran escala, a la vez que IO- 

grar Ea domesticación de los indios como mano de obra. Si bien el Con- 

cilio de Trento confirmó el derecho a la colonización, en 1550 los teó- 


logas y filósofos reunidos en Valladolid reconocieron el derecho de los 

indios a ser considerados humanos y redactaron las Leyes de Indias, sin 

incluir una sola línea sobre la educación elemental. Ese no era un pro- 

blema de Estado. En 1552 fue la Junta de prelados de Lima la que re- 

comendó enseñar a leer, escribir y contar, además del catecismo. 

En 1565 se fundó la primera escuela conventual en Tucumán; en 

1572 una Real Cédula de Felipe II estableció que las gobernadores de- 

bían nombrar maestros en todos los pueblos de su Jurisdicción. De 

1573 data la escuela de Santa Fe cuyo maestro fue Pedro de Vega; en 

1575 llegó con Pedro de Mendoza Francisca Josefa de Bocanegra, quien 

se dedicó a la educación de 60 mujeres en Asunción. En la fundación 

de Buenos Aires de Juan de Garay, en 1380, no hay rastros de maes- 

tros, pero en 1586 los jesuitas fundaron una escuela en Santiago del Es- 

tero. En 1603 encontramos por Io menos tres maestros en nuestra re- 

gión: Ambrosio de Acosta, el laico Diego Rodríguez y Francisco de Ví- 

toria. En 1612 se educaba a mujeres en el convento de Santa Catalina 

de Córdoba; en 1617 los jesuitas abrían un colegio en el actual empla- 

zamiento de la Plaza de Mayo. En 1684 el presbítero cordobés Ignacio 

Duarte Quirós fundó el Real Convictorio Monserrat de Córdoba. 

Hemos enumerado una serie de hechos educacionales que mues- 

tran la expansión escolar que produjeron las órdenes religiosas, el 

clero secular y algunos maestros laicos. Debe agregarse un hecho muy 

significativo para toda la región: la fundación de la Universidad de Li- 

ma, que recibió en 1574 el título de Real y Pontificia Universidad de 

San Marcos. Estuvo a cargo de dominicos y recibió los privilegios de 

la vieja Universidad de Salanranca, que databa del siglo XIII. En 1613 

el jesuita Diego de Torres fundó el Colegio Máximo de Córdoba, con 

la colaboración del obispo Diego de Trejo y Sanabria. En 1624 recibió 

la autorización papal para emitir títulos de bachiller, licenciado, maes- 

tro y doctor por diez años. Se transformó definitivamente en universi- 

dad en 1634, cuando el papa Urbano IV la autorizó a otorgar títulos a 

perpetuidad. 

Los estudios estuvieron orientados por la concepción de Santo To- 

más de Aquino y de Pedro Lombardo en sus Libri Quattuor Sententia- 

rum Estos últimos son una compilación de ideas de los grandes teó- 

logos de la historia acerca de las cosas, los signos, los símbolos, Dias, 

las criaturas, las virtudes y la salvación. Pedro Lombardo subordinaba 

las artes liberales (o profesiones) a la teología y secundariamente al 

derecho. La enseñanza estaba muy alejada de la realidad. Se enseña- 

ba medicina en latín y sin realizar disecciones. El máximo acercamien- 

to a la formación profesional fue la división temprana del campo de la 

salud entre médicos, cirujanos romancistas, poco diferenciados de los 

dentistas y los flebotibianos, siguiendo la instrucción de una Real Cé- 


dula de Carlos III. Ei currículum medieval, condensado en el trivium 

(gramática, retórica y dialéctica) y el cuadrivium ( aritmética, música, 

geometría y astrología o astronomía) persistió en aquellas universida- 

des. La Universidad de San Marcos —así como la de México, fundada 

en 1351— fueron renuentes a las innovaciones y se enrolaron en el 

pensamiento de la Contrarreforma. Se dedicaron a mantener la fe y a 

contribuir a la formación de las jerarquías sociales. 

Es importante destacar que no existía la noción de un sistema edu- 

cativo integrado, que recién termina de gestarse en Europa a comien- 

zos del siglo XIX. El nivel mecho o escuela secundaria es una creación 

muy tardía surgida de las llamadas Escuelas Preparatorias, que eran en 

su origen extensiones de las universidades. 

Nos encontramos, entonces, con dos serie de instituciones desarti- 

culadas entre sí, que proporcionaban enseñanzas muy distintas. Du- 

rante casi dos siglos los únicos establecimientos que proporcionaron 

educación pública fueron los Ayuntamientos. Las escuelas para el pue- 

blo enseñaban las primeras letras y evangelizaban, en tanto las univer- 

sidades transmitían los saberes cultos. Las primeras ligaban toda la 

educación al aprendizaje de los elementos de la religión católica y su 

culto. Sólo en excepcionales casos, como en las misiones jesuíticas, se 

enseñaba a trabajar formando artesanos y agricultores. En las universi- 

dades se formaban los dirigentes políticos y religiosos. Netamente es- 

colásticos, los planes daban prioridad a la teología y el derecho. Los 

educandas eran los hijos de Icys funcionarios españoles y criollos, aun- 

que concurrieron también algunos hijos de los nobles indígenas. 

En Brasil la situación era distinta. Los portugueses habían decidido 

evitar la difusión de las ideas y la educación. Por eso existieron muy 

pocos establecimientos educativos y las primeras universidades recién 

florecieron en el siglo XX. situación fue distinta en la América his- 

pánica. En los siglos XVI y XVII se establecieron las bases de un siste- 

ma bifurcado, que llevó a la educación las diferencias entre salvajes y 

civilizados, siguiendo con la ideología educativa inaugurada en la es- 

cena de los Requerimientos. 


EL MANOTAZO DEL AHOGADO 

En el siglo XVII Europa se vio convulsionada por las guerras religio- 

sas. Después del proceso de la Contrarreforma y de la depresión que 

azotó a las sociedades de la época, Inglaterra salió fortalecida como 

potencia hegemónica. Al finalizar la Guerra de los Treinta Años (1620- 

1650), Alemania quedó destruida; la Casa de Augsburgo, que goberna- 

ba en la Península desde el reinado de Carlos V (Carlos I de España) 


fue reemplazada por la Casa de Borbón, que rigió en Annérira desde 

el año 1700 hasta la Independencia. 

Los Borbones, más avanzados que los Augsburgo, estaban muy 

preocupados por los avance de los piratas ingleses, que no eran otra 

cosa que agentes comerciales del capitalismo británico. Como temían 

también la sublevación de los hispanoamericanos, realizaron una serie 

de reformas en la estructura política colonial. Para nuestra región las 

más importantes fueron la fundación del Virreinato del Río de la Plata 

en 1776; la creación de los consulados de comercio y las Sociedades 

Económicas de Amigos del País; la apertura del comercio libre —aun- 

que limitado a España— y la expulsión de los jesuitas en 1767. 

En las últimas décadas del siglo XVII, diezmada la población indí- 

gena americana, se importaron a las Antillas gran cantidad de africa- 

nos esclavizados para trabajar en los ingenios azucareros. Las minas de 

la zona andina y de México estaban decayendo. Un importante sector 

de la población producía para su propio abastecimiento y para pro- 

veer a los centros mineros de textiles, artesanías y alimentos. En ef co- 

no sur, la mayor parte de la economía era de autoconsumo, pero ha- 

bía algunos mercados regionales y comenzaba la explotación ganade- 

ra extensiva, igual que en el sur de Brasil. 

El desarrollo económico, social y cultural de la América Hispánica 

y Portuguesa había sido desigual. Se combinaban distintas culturas, 

distintas formas de producción y de explotación de la mano de obra. 

También la educación había seguido un desarrollo desigual entre las 

regiones, sectores sociales, étnicos, culturales y lingüísticos. La pobla- 

ción indígena combinaba escasamente sus formas de educar tradicio- 

nales con las que aplicaban y difundían los clérigos y maestros laicos . 

europeos. El panorama era un mosaico de modelos educacionales. La 

expulsión de los jesuitas produjo un vaciamiento de educadores. Mu- 

chas escuelas pasaron a manos de dominicos y franciscanos. La Uni- 

versídad de Cordoba quedó a cargo de estos últimos. 

Con las reformas borbónicas, las escuelas elementales sufrieron cam- 

bios. Se multiplicaron distintos tipos de establecimientos, aunque sola- 

mente para varones. Como decía Mariquita Sánchez de Thompson, "no- 

sotras sólo sabíamos/ ir a misa y pezar„/ componer nuestros vestidos/ y zur- 

ciry remendar". las instituciones educativas estaban constituidas por: 

Escuelas Pías: gratuitas y elementales, dependientes de las pa- 

rroquias, dirigidas• a la población indígena y mestiza. 

Escuelas de los conventos: daban una enseñanza más avan- 

zada que preparaba para ingresar a las universidades. 

Escuelas de los Ayuntamientos: dirigidas a la población pobre 

de los poblados y ciudades. 


Escuelas del Rey: eran las antiguas escuelas de los jesuitas, que 

a partir de su expulsión fueron costeadas por los cabildos y los pa- 

ares. 

Escuelas particulares: maestros que enseñaban en su casa con 

autorización del Cabildo, generalmente a hijos de comerciantes y 

gente acomodada de las ciudades. 

Universidades: San Marcos, Córdoba y Chuquisaca. 

En 1780, en Córdoba, el obispo José Antonio de San Alberto comen- 

zó a fbrmar a los curas cotno docentes. Se les proporcionaban conte- 

nidos tales como educación para el trabajo, religión, horarios y meto- 

dologismo. San Alberto creía necesario que la Iglesia encabezara el 

proceso inevitable de modernización, pues de lo contrario avanzaría el 

liberalismo. Hizo crecer considerablemente los establecimientos edu- 

cativos del noroeste y sentó las bases del futuro sistema escolar de esa 

región. 

El obispo encabezó al clero de la región en su oposición cerrada a 

Tupac Amaru, quien proponía retomar los elementos más democráti- 

cos del Imperio Inca y liberarse de los españoles. Cuando Tupac 

Amaru fue descuartizado, el obispo echó a sonar las campanas de to- 

das sus parroquias. Cuando estalló la Revolución Francesa, San Alber- 

to envió al Papa Pío VI una Carta Consolatoria, dándole el pésame. 

También temía el avance inglés y protestante. Pero esa misma aver- 

Sión lo impulsó a realizar experiencias educacionales de comunica- 

ción con los quechuas y aymaras, que resistían encerrados en su cul- 

tura, y a proponer la fundación de escuelas públicas. San Alberto, un 

hombre vinculado a los intereses del Estado español, había compren- 

dido el concepto de espacio público y el papel que tenía la educa- 

ción en la modernidad, y quería levantar un dique contra el avance 

del liberalismo. 

Las propuestas de educación del pueblo para el trabajo que produ- 

jeron los hombres de la Ilustración española tuvieron limitado eco en 

estos lares. Fue un informe de Pedro Rodríguez de Campomanes el 

que decidió la expulsión de los jesuitas en 1767. la reforma económi- 

ca era el objetivo de los ilustrados, pero advertían que el obstáculo ra- 

dicaba en la ignorancia del pueblo. Gaspar Melchor de Jovellanos y 

fray Benito Jerónimo Feijoo se ocuparon de la educación popular y de 

la formación de una capa de plebeyos trabajadores. Campomanes que- 

ría instruir al conjunto para que aceptara el orden social y contribuye- 

ra a la modernización de las formas de producción. Según él, la escri- 

tura era un medio adecuado para lograr el autocontrol de la gente. La 

Ilustración española promovió la creación de las Sociedades de Ami- 

gos del país, que en nuestra región fueron probablemente anteceden- 


tes de Jas sociedades populares de educación que cumplieron una Ia- 

bor muy importante desde mediados del siglo XIX 

La economía, las ciencias exactas, tísicas y naturales, el dibujo y las 

lenguas vivas, llegaron a las universidades latinoamericanas en esta 

época pero quedaron allí encerradas. La ciencia de Newton y la filo- 

sofía de Descartes fueron incorporadas a los programas de estudio de 

varias universidades y, según algunos autores, en muchas de ellas los 

contenidos de la enseñanza fueron paralelos a los de las universida- 

des europeas. En 1783 en el viejo Colegio de San Ignacio, en Buenos 

Aires, se instalaron fos prímeros estudios reales y luego el Real Con- 

victorio de San Carlos, atendido por canónigos. En 1800 Carlos IV ele- 

vó la institución a la categoría de Real Universidad de San Carlos y 

Nuestra Señora de Monserrat y en 1807 ordenó entregarla al clero se- 

cular. El virrey Liniers designó rector al deán Gregorio Funes. 

Mucho había cambiado la sociedad desde que Francisco del Puer- 

co, único sobreviviente de la expedición de Juan Díaz de Solís al Río 

de la Plata en 1516, llevó a Europa los primeros relatos sobre los ha- 

bitantes y la naturaleza de la zona. Buenos Aires había reemplazado a 

Lima como boca comercial de salida hacia Europa, hundiendo las eco- 

nomías regionales del noroeste e inaugurando la hegemonía del lito- 

ral. La composición de la población del Virreinato se había vuelto más 

compleja. Había políticos y administradores del gobierno; comercian- 

tes porteños y de las ciudades importantes; ganaderos; artesanos; gau- 

chos; miserables agricultores; indios y negros que cumplían las funcio- 

nes más duras. Se habían producido grandes transformaciones culturar 

les. Pero el acceso a la educación era profundamente desigual. Las cas- 

tas (negros, mulatos, zambos, cuarterones) estuvieron excluidas de to- 

dos los institutos de enseñanza. Testimonio del fuerte arraigo del pre- 

juicio racista es la historia del mulato Ambrosio Millicay, de quien 

consta en en los libros capitulares de Catamarca que fue azotado en la 

plaza pública "por haberse descubierto que sabía leer y escribir".